- Astrofotografía, Observaciones astronómicas

Una noche bajo los Velos

El fotón salió a toda velocidad del Sol después de varios millones de años dando tumbos en su interior y tardó solo 8 minutos en impactar contra el coche que circulaba mucho más despacio por la carretera abrasadora. El aire acondicionado funcionaba a toda potencia y aún así se notaba la intensa energía de los rayos solares, pese a que ya nos encontrábamos en las últimas horas de la tarde. Pisé el acelerador un poco más, casi como esperando que cada kilómetro que nos acercáramos a nuestro destino, en pleno campo, hiciera descender un poco la temperatura.

Tras poco más de una hora llegamos a la Hermita de Melque, cerca de San Martín de Montalbán, en Toledo. La explanada donde solemos montar los telescopios ya estaba prácticamente abarrotada de coches y telescopios.  Muchas caras conocidas y algunas también nuevas pero todos con las mismas ganas de disfrutar de una buena noche de astronomía.

Después de saludar a todos montamos el telescopio. Primero el trípode, la montura, el tubo, la cámara, el equipo de autoguiado, los cables, ordenador, batería… todo en su sitio, en un determinado orden y ya casi de forma automática. Antes de que anocheciera, con los últimos rayos vespertinos, nos hicimos la foto de familia. En pocos minutos los únicos fotones que llegarían hasta nosotros ya no procederían del Sol, vendrían de estrellas mucho más lejanas, pero curiosamente a la misma velocidad que el que impactó contra el coche un rato antes.

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En cuanto apareció la polar pusimos los telescopios en estación. Alineamos correctamente y poco después comencé a realizar el enfoque preciso del telescopio valiendome de Vega y una nueva máscara de enfoque Bahtinov para el TS65 y que facilitó muchísimo el trabajo.

El objetivo de esta sesión de astrofotografía serían Los Velos en el Cisne, un remanente de supernova formado por varios objetos catalogados en el NGC con los números 6960, 6979, 6992 y 6995 y situado a más de 1400 al de nosotros. Hacía una semana pude observarlo en visual con mi telescopio ayudándome de un filtro OIII (anteriormente ya lo había observado a través de diversos Dobsons) y tenía la esperanza de que todo el objeto entrara en el campo del TS65. Necesité más de media hora para encuadrar el objeto haciendo varias pruebas a isos altos. Finalmente puse en funcionamiento el autoguiado (recientemente he actualizado el PHD y el Backyard EOS) y comencé la sesión de fotografía con tomas de 5 minutos a ISO 800. La Vía Láctea ya cubría el cielo como un enorme velo estrellado y me ví sentado en la silla, mirando embobado el cielo, como si fuera la primera vez que lo veía. Es algo hipnótico y enseguida una enorme sensación de tranquilidad y satisfacción me recorrió el cuerpo.

Dejé a la cámara haciendo su trabajo y me dispuse a cenar algo y a charlar con los compañeros de observación, mirando a través de sus telescopios, ayudando a los nuevos, contando chismes y bromeando cuando surgía la oportunidad. Rolando, un compañero con un dobson de 16″ y visor binocular nos llamó para que viéramos M27. La visión era extraordinaria, tanto con filtro NPB como sin él. Con el filtro la nebulosa adquiría una textura tridimensional. Si esperabas un rato comenzabas a apreciar cada vez más y más detalles de la nebulosa planetaria. También observamos M13… una gozada. Ví perfectamente las famosas «patas de araña» y las regiones oscuras de su interior.

También pude observar a través de unos prismáticos 25×100 y había un par de ETX70 que me recordaron mis primeras observaciones de cielo profundo hace unos años.  Entre telescopio y telescopio también observaba el cielo con mis pequeños prismáticos del Lidl. Paseándome por la Vía Láctea y viendo cúmulos y nebulosas.

El fotón salió a toda velocidad de 52 Cygni y tardó más de 1400 años en detener su fatigosa carrera por el espacio hasta estrellarse contra el sensor de la cámara. La increíble energía liberada por la colisión de los electrones (si es que acaso se le puede llamar así) fue transformada en un pequeño punto luminoso en la pantalla del pequeño ordenador. Así finalizó su odisea espacial y así quedó testimonio de su largo viaje, en el que observó fantásticas maravillas, nebulosas de colores, estrellas agonizantes y cometas aletargados.

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Más información de la imagen en RobertoFerrero.com

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Autor: Roberto Ferrero

Roberto Ferrero es miembro de las agrupaciones astronómicas Madrid Sur y AstroHenares. Astrofotógrafo desde el año 2009, sus trabajos han sido publicados en varias revistas especializadas como "Astronomía", Sky&Telescope y Astronomy, además ha contado con varias publicaciones en el AAPOD. En 2020 fue el ganador del V Concurso Internacional de Astrofotografía de Calar Alto. Monitor de astroturismo, divulgador FAAE y responsable de Turismo Estelar, portal web de turismo astronómico.
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